Aunque de eso ya hace tiempo, intentaré recordar aquellas cosas que me marcaron en mi primer día en Seúl. Ya sea de turismo o para una larga temporada, seguro que muchos de los que habéis pisado alguna vez la ciudad pudistéis tener las mismas sensaciones que yo en vuestro primer día.
Yo llegué a primera hora de la mañana, tras 12 horas de vuelo hecho polvo. En el vuelo coincidí con un compañero que tenía que ir a la misma universidad que yo, al cual le esperaba una amiga coreana para guiarlo. A primera vista, me soprendió el estilismo de esa chica. De lo más cuidado que había visto en mucho tiempo. Pronto descubriría que en Corea todo el mundo va muy estilizado, cuidando hasta el último detalle.
Como era muy temprano y nos íbamos a zonas distintas de la ciudad (todavía faltaba una semana para el check-in en la universidad), nos paramos a almorzar algo. Lo cierto es que los dulces tenían una pinta poco apetecible. Todos de colores radioactivos como el rosa, amarillo, verde, etc. y acompañados por diferentes variedades de té, también de colores. Me gusta mucho la comida tradicional coreana, pero la moderna ya es otra historia.
Después de una larga conversación que apenas recuerdo, nos separamos. Ellos se fueron en taxi, y yo como un pobre, en autobús. Aunque hay que decir que el metro es la mejor opción siempre. Pero en ese momento yo no lo sabía.
Y ahí empezó la aventura. Primer tortazo, el frío. Ya sabía que en Seúl hacía frío en invierno (era febrero), pero eso eran palabras mayúsculas. Estábamos a unos -4C°, pero la sensación era mucho peor, como si estuviera en Siberia.
Con el cerebro congelado por el frío y el cansancio, me acerqué al número de autobús que tenía que coger. Segundo tortazo, el conductor me preguntó a dónde iba (por el precio) y por más que le dijera la parada de Korea University, el hombre no me entendía. Días después comprendí que en coreano, Korea no es Corea, y Universidad no se parece en nada a University. Sin embargo, su simpatía y paciencia terminó con un mapa y un entendimiento mutuo.
En hora punta del aeropuerto a mi destino costó hora y media de viaje. Recuerdo que lo que más me impactó de mi primer trayecto en tierra coreana fue los grandes bloques de apartamentos que habían. Parecían fichas de dominó de 20 metros de altura, una detrás de otra.
Cuando al fin llegué a mi destino, recuerdo bajar del autobús y estar delante de una iglesia enorme. Ir a Corea y ver más iglesias que en España. Ironías de la vida.
Tenía habitación en un pequeño hostal en dirección contraria a la universidad, que tenía que estar por una callejuela secundaria. En Seúl existen las calles principales en donde transitan los coches, y después están las calles secundarias en las cuales los coches apenas tenían mobilidad y solo entran para aparcar. El problema está en que estas calles secundarias siempre forman entre ellas un auténtico laberinto.
El tercer tortazo fue dar vueltas en círculos durante media hora por el vecindario en busca de mi hostal. No había manera de encontrarlo, y el frío pegaba. Mi mapa estaba en letras romanas, y las calles en letras coreanas. Y yo en ese momento no sabía leer hangul. Por suerte, vi a una chica europea salir de una casa. Ese era mi hostal.
Al entrar al hostal apareció una mujer de unos 70 años que me hablaba en coreano. Todo sonriente me hacía señas de que subiera a una habitación y que me esperara allí durante un rato. Por lo visto la dueña del hostal, que hablaba inglés, se encontraba recogiendo a su hijo de la escuela (eso lo entendí al cabo de una hora). Y a partir de ese momento, ya tenía punto de partida.
Lo más duro de encontrarse en un barrio residencial lejos del centro de la ciudad fue el comer. Vivir en Seúl sin hablar inglés es una tarea difícil. Pero mucho más si te encuentras en una zona nada céntrica, con pocos restaurantes a los que ir, y en plena época vacacional. Además al día siguiente descubrí que era la víspera del año nuevo coreano, razón por la que todo el vecindario estaba muerto.
En mi caso tras andar un buen rato entre el frío invernal solo encontré muchos supermercados y un McDonalds. Algún día tengo que escribir sobre los GS25 (franquicia de supermercado coreano) y los McDonalds coreanos. Ambos tienen sus peculiaridades. Ese día terminé comiendo al mediodía un McTonkatsu y un plato de pasta del día ya cocinada del GS25. Eso junto a una manzana, era de lo poco comestible que reconocí dentro del GS25.
Y del resto del día no hay mucho que contar, más allá que tenía un jet lag de los mil demonios, y que por más que andara solo veía locales cerrados debido al año nuevo coreano. Por lo que fui a la cama temprano a dormir.
Como podréis comprobar, existen los que van a un país con la lección aprendida y otros que aprenden a base de ostias. Mi caso está claro cual era. De todos modos, salir de la zona de comfort de vez en cuando viene bien. Abrir bien los ojos y absorber como una esponja las nuevas experiencias!
Yo llegué a primera hora de la mañana, tras 12 horas de vuelo hecho polvo. En el vuelo coincidí con un compañero que tenía que ir a la misma universidad que yo, al cual le esperaba una amiga coreana para guiarlo. A primera vista, me soprendió el estilismo de esa chica. De lo más cuidado que había visto en mucho tiempo. Pronto descubriría que en Corea todo el mundo va muy estilizado, cuidando hasta el último detalle.
Como era muy temprano y nos íbamos a zonas distintas de la ciudad (todavía faltaba una semana para el check-in en la universidad), nos paramos a almorzar algo. Lo cierto es que los dulces tenían una pinta poco apetecible. Todos de colores radioactivos como el rosa, amarillo, verde, etc. y acompañados por diferentes variedades de té, también de colores. Me gusta mucho la comida tradicional coreana, pero la moderna ya es otra historia.
Después de una larga conversación que apenas recuerdo, nos separamos. Ellos se fueron en taxi, y yo como un pobre, en autobús. Aunque hay que decir que el metro es la mejor opción siempre. Pero en ese momento yo no lo sabía.
Y ahí empezó la aventura. Primer tortazo, el frío. Ya sabía que en Seúl hacía frío en invierno (era febrero), pero eso eran palabras mayúsculas. Estábamos a unos -4C°, pero la sensación era mucho peor, como si estuviera en Siberia.
Con el cerebro congelado por el frío y el cansancio, me acerqué al número de autobús que tenía que coger. Segundo tortazo, el conductor me preguntó a dónde iba (por el precio) y por más que le dijera la parada de Korea University, el hombre no me entendía. Días después comprendí que en coreano, Korea no es Corea, y Universidad no se parece en nada a University. Sin embargo, su simpatía y paciencia terminó con un mapa y un entendimiento mutuo.
En hora punta del aeropuerto a mi destino costó hora y media de viaje. Recuerdo que lo que más me impactó de mi primer trayecto en tierra coreana fue los grandes bloques de apartamentos que habían. Parecían fichas de dominó de 20 metros de altura, una detrás de otra.
(Bloques de apartamentos en el medio de Seúl) |
Cuando al fin llegué a mi destino, recuerdo bajar del autobús y estar delante de una iglesia enorme. Ir a Corea y ver más iglesias que en España. Ironías de la vida.
Tenía habitación en un pequeño hostal en dirección contraria a la universidad, que tenía que estar por una callejuela secundaria. En Seúl existen las calles principales en donde transitan los coches, y después están las calles secundarias en las cuales los coches apenas tenían mobilidad y solo entran para aparcar. El problema está en que estas calles secundarias siempre forman entre ellas un auténtico laberinto.
El tercer tortazo fue dar vueltas en círculos durante media hora por el vecindario en busca de mi hostal. No había manera de encontrarlo, y el frío pegaba. Mi mapa estaba en letras romanas, y las calles en letras coreanas. Y yo en ese momento no sabía leer hangul. Por suerte, vi a una chica europea salir de una casa. Ese era mi hostal.
Al entrar al hostal apareció una mujer de unos 70 años que me hablaba en coreano. Todo sonriente me hacía señas de que subiera a una habitación y que me esperara allí durante un rato. Por lo visto la dueña del hostal, que hablaba inglés, se encontraba recogiendo a su hijo de la escuela (eso lo entendí al cabo de una hora). Y a partir de ese momento, ya tenía punto de partida.
Lo más duro de encontrarse en un barrio residencial lejos del centro de la ciudad fue el comer. Vivir en Seúl sin hablar inglés es una tarea difícil. Pero mucho más si te encuentras en una zona nada céntrica, con pocos restaurantes a los que ir, y en plena época vacacional. Además al día siguiente descubrí que era la víspera del año nuevo coreano, razón por la que todo el vecindario estaba muerto.
(Típica calle secundaria de Seúl) |
En mi caso tras andar un buen rato entre el frío invernal solo encontré muchos supermercados y un McDonalds. Algún día tengo que escribir sobre los GS25 (franquicia de supermercado coreano) y los McDonalds coreanos. Ambos tienen sus peculiaridades. Ese día terminé comiendo al mediodía un McTonkatsu y un plato de pasta del día ya cocinada del GS25. Eso junto a una manzana, era de lo poco comestible que reconocí dentro del GS25.
Y del resto del día no hay mucho que contar, más allá que tenía un jet lag de los mil demonios, y que por más que andara solo veía locales cerrados debido al año nuevo coreano. Por lo que fui a la cama temprano a dormir.
Como podréis comprobar, existen los que van a un país con la lección aprendida y otros que aprenden a base de ostias. Mi caso está claro cual era. De todos modos, salir de la zona de comfort de vez en cuando viene bien. Abrir bien los ojos y absorber como una esponja las nuevas experiencias!